Todos empezamos igual, compramos o nos compran una planta o supuesto “bonsái” y todo nuestro esfuerzo se reduce a mantenerlo vivo. Pasan los meses y vemos como el cuerpo nos pide algo más. Aquí es dónde empieza realmente la afición, sobre todo frecuentamos webs, vemos vídeos o incluso tenemos la suerte de acudir a una demostración y es cuándo ese ficus de gran superficie se nos queda corto, queremos algo más, nos vemos envueltos en esa parafernalia que supone una verdadera afición, compramos herramientas, sustratos y macetas adecuadas y pateamos mil y un viveros en busca de algún material que pueda servirnos, material que sin duda encontramos ya que nuestro afán no tiene límites aunque casi nunca terminarán de convencernos. Seguimos leyendo, preguntando y aprendiendo, incluso nos introducimos en algún círculo dónde compartir con otras personas de igual afición.
Queremos más, aquí nos encontramos con nuestra primera gran decisión y nuestro gran problema ¿cómo obtener más material?
Queremos más, aquí nos encontramos con nuestra primera gran decisión y nuestro gran problema ¿cómo obtener más material?
Como todo en la vida, las cosas pueden hacerse, básicamente, de dos maneras, de forma rápida y de manera lenta. Si optamos por la vía rápida, nos vemos abocados al yamadori, mundo oscuro dónde encontraremos lo mejor y lo peor de esta afición. O a la compra de ejemplares a profesionales de prestigio, el primer sistema es caro, el segundo carísimo.
En cambio, si somos de los que nos gusta disfrutar del camino, elegiremos por la vía lenta, y nuestros medios de obtención serán principalmente, el plantón de vivero, la semilla, el esqueje, la estaca y el acodo. Sólo con la salvedad, de que si nos gusta la semilla, no dedicarnos exclusivamente a ella, porque puede llegar a aburrir, mejor no desechar ningún procedimiento. Los costes son mínimos y de paso, cuándo alguna planta muera (porque hasta al mejor profesional se le muere alguna) el disgusto será menor.
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