Este
es el único ejemplar que he comprado hecho bonsai, aunque para ser
sincero lo que más me atrajo de este bosque fue su maceta, una kurama de
120 cms, fabricada ex-profeso para esta composición, es una maceta única e irrepetible.
Corría
el verano de 2007 cuando dando un paseo por un vivero allí estaba, fue
un flechazo instántaneo, por aquellos entonces estaba acabando la obra
de mi nueva casa y rápidamente supe donde lo iba a colocar. Al parecer,
un aficionado a los bonsais había dejado su colección al vivero para que
fuese vendiéndola toda vez que el ya no podía atenderla,
desgraciadamente para mi y ya pasado algo de tiempo desde su compra,
volví al vivero para preguntar sobre la historia del ejemplar pero no
supieron decirme nada ni siquiera supieron o quisieron darme algún dato
de su anterior propietario por lo que desconozco quién fue su dueño, ni
al autor de la bandeja, ni los años que tenía por entonces el ejemplar.
Así
estaba el día 30 de agosto de 2007 cuando lo compré, un magnífico
bosque de 29 ejemplares de Ficus benjamina de 130 cms de largo, 110 cms
de alto y 65 cms de ancho. Desconozco el peso, fueron necesarias cuatro
personas fuertotas para colocarlo en su lugar.
Así estuvo hasta 2010, al desconocer cuando fue trasplantado por última vez, caso de que alguna vez lo hicieran, pues me decidí a meterle mano. Debido a la dimensión del trabajo decidí hacer el trasplante en cuatro fases, dividiendo mentalmente el cepellón en cuatro porciones a los que iría eliminando el sustrato viejo y sustityéndolo por akadama, de forma independiente, temía que al levantar todo junto la plantación se deshiciera con la correspondiente complicación del trabajo.
Así estuvo hasta 2010, al desconocer cuando fue trasplantado por última vez, caso de que alguna vez lo hicieran, pues me decidí a meterle mano. Debido a la dimensión del trabajo decidí hacer el trasplante en cuatro fases, dividiendo mentalmente el cepellón en cuatro porciones a los que iría eliminando el sustrato viejo y sustityéndolo por akadama, de forma independiente, temía que al levantar todo junto la plantación se deshiciera con la correspondiente complicación del trabajo.
Así que poco a poco fui eliminando la tierra de jardín en la que estaba plantando sustituyéndola por akadama.
Dispuse una rejilla a modo de muro provisional que tendría puesta hasta que se compactara o la Soleirola hiciese su trabajo.
Dos días de trabajo y siete sacos de akadama lo dejaron así, una vez retiradas las rejillas.
Así lucía dos años más tarde.
Tras cuatro horas de defoliación mi bosque quedó preparado para empezar el alambrado.
Si
temía la defoliación, a lo siguiente ya era pánico, poner
alambre. Por la mañana el sol era agradable, después de la comida
empieza a calentar demasiado, pero ya no hay marcha atrás. La tarde se
echa encima y al menos quiero acabar el alambrado grueso.
Tras
catorce horas de trabajo el puñetero bosque está listo. Gracias a
Dios no creo que vuelva a alambrarlo nunca más, a partir de ahora
modelaré a base de podas, al menos eso es lo que quiero hacer. Tengo los
brazos llenos de arañones y sarpullido del látex de la defoliación.
Nunca me había gustado ese espacio que señalo, totalmente desprovisto de
ramas, sobre todo después de haber quitado algunas plantas de acompañamiento que ocupaban el espacio.
Así que ya en 2017 llegó el momento de hacerle algo, estaba cansado de
verlo siempre igual., así que aprovechando algunos ficus más pequeños
que tenía por mi azotea pues se me ocurrió la idea de utilizarlos para
intentar ocupar ese espacio sin interés. Y este trío fue el elegido.
Desde el año de la foto había desarrollado un aceptable nebari
habiéndose fusionado sus tres troncos y hoy, después de meditarlo
bastante, he procedido a su integración dentro del bosque.
Después de cavar un hueco adecuado al pan de raíces, he procedido a su plantado.
Sin dudas el objetivo está conseguido, se trataba de cubrir esa zona
vacía. Cúando pasen un par de semanas empezaré a arreglar el verde, el
abandono que ha sufrido lo ha desmelenado totalmente y tendré que
comenzar desde cero, eso sí, ahora son tres troncos más.
Una malla protegerá el talud y evitará que la akadama caiga con el riego, ya más al invierno y compactado el sustrato pondré musgo, tal vez soleirola que me gusta mucho más y permite un mejor control de la humedad.
De igual forma integro otro ficus justo por la parte trasera izquierda. El
año pasado estaba plantado en una laja y quedaba molón, pero me venía perfecto
para cubrir el espacio de la izquierda del bosque y de paso hacer más sitio en la azotea, así que ¿quién dijo miedo?
El procedimiento fue el mismo, aunque con la diferencia de que en esta
zona no existían raíces gruesas y abrir el hueco fue mucho más fácil.
Esta zona estaba cubierta de musgo por lo que procedí a su apartado para
su posterior uso.
Alguna prueba antes del fijado.
Al final tuve que plantar un poco más profundo de lo que quería, quedaban demasiadas raíces expuestas. El mismo musgo que acababa de
quitar me sirvió para cubrir la zona y evitando poner una
rejilla "antiderrumbes".
Pasados unos días desde la incorporación del triple tronco
también procedí al quitado de la rejilla protectora, pudiendo comprobar
el perfecto compactado de la zona, y la cubrí con musgo.
Al plantar más bajo de lo estimado tendré esperar el tiempo
adecuado para que su copa crezca y cubra el espacio deseado.
Ahora sí que tiene el aspecto de un denso bosque tropical.
Y así queda. De forma accidental algunos hijuelos de una maceta de Saxífraga stolonifera que tenía de adorno, colonizaron la zona de musgo y me gustó como quedó así que he aprovechado y he terminado de plantar directamente algunos hijuelos más.
Estamos en marzo de 2024 y llevaba dos años sin tocar nada, así que paso por peluquería para un nuevo recorte de puntas y queda listo para otra temporadita.